Desde 2009, Laura Palomares busca una vacuna que ayudara a enfrentar una epidemia. Hoy, es líder del proyecto de desarrollo de la vacuna contra COVID-19 de la UNAM
Laura Palomares es ingeniera bioquímica por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey y doctora en Ciencias por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En 2001, realizó estudios posdoctorales en la Universidad de Cornell. Fue distinguida con la medalla Alfonso Caso (1999), que otorga la UNAM, por su trabajo doctoral.
Asimismo, recibió el Premio Sánchez Marroquín (2001) —otorgado por la Sociedad Mexicana de Biotecnología y Bioingeniería (SMBB)—, así como el Premio Weizmann-Khan (2001) —otorgado por la Academia Mexicana de Ciencias—. En 2010, fue galardonada con el Premio CANIFARMA Veterinaria, primer lugar en la modalidad de desarrollo tecnológico.
Actualmente, es investigadora del Instituto de Biotecnología de la UNAM (IBt), donde es líder del consorcio Ingeniería de bioprocesos para la producción de proteínas recombinantes complejas y líder del proyecto de desarrollo de la vacuna contra el COVID-19; trabaja en el diseño de procesos para la producción de vacunas, así como en el análisis de perfiles de glicosilación, un campo de interés para la industria farmacéutica.
Tu trabajo ha sido reconocido tanto por la comunidad científica como por la industria, ¿qué tan difícil ha sido adquirir ese reconocimiento?
Nada de lo que he hecho lo he hecho buscando el reconocimiento de externos. Una trabaja y hace las cosas con base en objetivos que se plantea y que quiere alcanzar. Es una consecuencia más que un fin. Realmente, lo que cuesta mucho es lograr lo que una se plantea, eso depende, obviamente, de los objetivos. A mí en particular se me ocurren cosas muy extrañas y ambiciosas; todo el mundo me dice: “eso no se puede”, “no vas a poder”, “¿para qué lo haces?”. Lo difícil es no creerte eso que te dicen y mantenerte firme. La única manera en que puedes estar segura de que no vas a tener éxito es si no lo intentas. Lo tienes que intentar, hacer lo que tengas que hacer. A veces tenemos éxito, a veces no.
Normalmente algunos colegas piensan que, por alguna razón, el simple hecho de intentarlo es un acto de soberbia. Cuando una intenta hacer algo que es muy ambicioso, pareciera que el simple hecho de plantear que lo quiere hacer es arrogante e incomoda a las personas. Yo pienso totalmente diferente, creo que si tú eres capaz de correr un kilómetro, te tienes que poner como meta correr 10 para poder avanzar, si no te vas a quedar corriendo un kilómetro el resto de tu vida.
¿Cómo ha sido estar al frente de un proyecto de desarrollo de una vacuna contra COVID-19?
Ha sido una gran responsabilidad. Yo llevo trabajando en vacunas desde los 90, entonces, no es algo nuevo para mí. Cuando pasó, en el 2009, lo de la influenza AH1N1 también hicimos un esfuerzo importante y nos lanzamos para ver qué podíamos hacer para resolver la situación. A lo largo del tiempo hemos estado buscando —no por esta cuestión de COVID— revertir la situación de la dependencia tecnológica que existe en el país para las vacunas en general.
Básicamente, era obligado que nosotros tuviéramos que entrar en un proyecto de desarrollo de una vacuna COVID. Cuando empezamos a ver cómo estaba la situación, decidimos participar con base en las herramientas que tenemos; en ese momento, pensamos que teníamos una buena oportunidad de éxito. Ha sido difícil por muchas razones, la primera porque lo más importante es no poner en riesgo a quienes colaboran con nosotros en el laboratorio, sobre todo porque muchos de ellos son jóvenes. Aunque se piense que están en menor riesgo, en general son alumnos del posgrado de maestría o doctorado; nosotros como asesores somos responsables también de ellos.
Aunado a esto están otras cosas que vivimos en el país, como pedir apoyo de otros investigadores y hay respuestas un tanto desalentadoras, así que hay que convencerlos y explicarles por qué es necesaria su cooperación. La parte del financiamiento también ha sido muy complicada. El año pasado fue muy difícil para nosotros, pero este año ya estamos con esfuerzos y estrategias renovadas.
¿Qué tan factible es ver a mujeres frente a proyectos como éste?
En el instituto, cuya comunidad conozco mejor, somos aproximadamente 100 investigadores; de esos, podría decirse que 50% son hombres y 50% son mujeres. En el IBt estamos clasificados como líderes académicos —investigadores jefe—, quienes lideran a los grupos de investigación. Sólo un 30? mujeres somos líderes de laboratorio, y esa cifra ha aumentado con el tiempo, antes era un 20%. Sí somos menos, llama la atención que, en una comunidad que es 50-50, conforme va subiendo de nivel hay menos mujeres.
Lo anterior se relaciona con desigualdades que no necesariamente tienen que ver con el ámbito académico, sino que están en todo el país. Una de las principales es el cuidado de la familia. Mientras los hombres deciden dejar esto a las mujeres, asumen posiciones de liderazgo. Las mujeres nos mantenemos en posiciones de menor perfil, porque no podemos dedicar tanto tiempo al trabajo, pero, por otro lado, es una cuestión cultural. Muchas veces nos sentimos más cómodas en posiciones que no necesariamente son de liderazgo, no por falta de capacidad, sino para no entrar en cuestiones de ego.
Por ejemplo, en el instituto nunca ha habido una directora. Además, jefas de departamento ha habido muy pocas, siempre eran hombres. La dirección actual tomó la decisión de incorporar a mujeres en esas posiciones.
Ahora, desde el punto de vista empresarial —yo he tenido relación con esta parte por el sector industrial—, hay una gran mayoría de hombres y es difícil que vean a las mujeres como iguales. Una vez que te conocen se vuelve menos difícil; a veces se rompen barreras, pero sí toma tiempo.
¿Qué otras actividades realizas en el Instituto de Biotecnología?
Mi grupo y yo trabajamos con biotecnología, es decir, desarrollamos tecnologías aprovechando las capacidades de los virus, una de esas tecnologías es el desarrollo de vacunas. Pero los virus tienen muchísimas capacidades, basta con ver dónde estamos ahorita. Los virus, durante su evolución, han aprendido a hacer muchas cosas, entre ellas controlar nuestras células, entregar material genético.
Nosotros en el grupo desarrollamos investigación en esas líneas, es decir, tenemos proyectos de investigación básica, estos comienzan con una pregunta fundamental. Por otra parte, también tenemos desarrollo tecnológico. La parte de investigación básica la hacen los alumnos de posgrado y algunos otros investigadores, pero para la parte de desarrollo tecnológico tenemos un grupo de personas muy capacitadas —algunas de ellas han trabajado décadas en empresas—, que en distintas empresas tienen interés en desarrollar alguna tecnología. A través de convenios con la UNAM de desarrollo tecnológico, les desarrollamos la tecnología que requieren.
Ahí no respondemos ninguna pregunta, más bien queremos resolver un problema. Digamos que mi laboratorio tiene esas dos partes. En cuanto a cosas que yo hago, amo mi laboratorio, pero, desafortunadamente, ya no tengo tiempo de estar ahí. Yo diseño y superviso los experimentos que realiza el resto del equipo; porque mi trabajo principal es conseguir dinero para que se pueda trabajar —lo que hacemos es carísimo—, y también coordinar las acciones, hacer convenios, ver que lleguen los insumos que pedimos, etcétera. Tengo otras actividades que facilitan el trabajo del resto del equipo
¿Qué tan difícil es para las mujeres hacer investigaciones actualmente?
Para mí no fue difícil, no sentí que ser mujer me haya puesto un reto adicional. Probablemente eso se deba a que yo crecí en una familia donde nadie cuestionó lo que yo quería hacer o si debería hacer algo diferente. Yo no creo que haya enfrentado retos particulares por ser mujer, lo cual no significa que no vea lo que han enfrentado muchas compañeras.
En particular el ambiente académico es muy amigable e incluyente; en general, no hay una diferencia en trato. Me parece que el hecho de que no haya habido mujeres directoras en el IBt no se relaciona con que tengamos miedo de tener una posición de liderazgo, sino porque en esas esferas mucho del trabajo es político y eso te hace dejar lo que más te motiva, que es la parte científica.
¿Qué tan difícil ha sido para las mujeres abrirse paso en la ciencia, específicamente en lo que tú haces?
Como decía, tiene que ver con esto de que es muy amigable el sector académico. De hecho, en otros países las mujeres ya han tomado casi todo el sector académico; porque en esos lugares, por ejemplo, lo que ha pasado es que los salarios de los académicos han disminuido, eso probablemente nos va a pasar aquí.
Debido a que los hombres siguen con el perfil de ser los proveedores del hogar, no les conviene y deciden no entrar a la parte académica. Mientras que para las mujeres es un trabajo muy noble, puedes organizarte y asistir a un evento de los hijos; difícilmente vas a tener un problema porque saliste a un festival del Día de las madres. Entonces, las mujeres han permanecido en los ambientes académicos y se han perdido muchísimos hombres, porque ellos no ven conveniente ser académicos con los salarios ofertados.
Esto puede ser un problema, porque, como en todos los sectores, el ambiente académico requiere de la aportación tanto de hombres como de mujeres. La diversidad de perspectivas enriquece al mundo académico.
¿Cuáles son los retos a los que te has enfrentado en tu carrera?
Un reto importante es tener un balance entre la vida personal y la vida profesional, aunque no es un reto privativo de las mujeres; creo que también los hombres deberían buscar más tiempo de calidad con sus familias. Puede ser un reto, porque cuando te apasiona mucho algo se te va el tiempo. Yo estoy más feliz en mi laboratorio que en cualquier otro lugar.
Ahorita tenemos el reto del financiamiento, que es limitado, y todavía no acabamos de entender cuáles son las políticas o de qué manera vamos a poder acceder a financiamientos adicionales para continuar con nuestro trabajo de investigación.
Otras cosas a las que nos enfrentamos son más prácticas, importar cosas es un lío. Desafortunadamente en México somos totalmente dependientes del extranjero, todo se tiene que importar. Cada cosa que se tiene que adquirir lleva meses de permisos. Esto no es por ser mujer, pero dificulta mi trabajo. Cuando estuve en una estancia posdoctoral en el extranjero, en mi laboratorio me dieron una tarjeta de crédito para comprar lo que necesitara. Tenía un monto límite, pero, como alumna, podía ordenar lo que necesitara por internet y llegaba; al día siguiente me avisaban cuando había llegado. Acá es diferente, tres meses después sigues viendo si va a llegar o no eso que necesitas.
Ahora con la pandemia es más lento. Eso ha sido parte de lo que nos ha retrasado muchísimo con el proyecto. A veces las cosas se quedan detenidas en la aduana, a veces aunque cumplas con todo el papeleo puede ser que el inspector aún no está conforme. Entonces, hay que sacar eso de emergencia, porque casi todo lo que utilizamos requiere de una cadena fría. Una deja todo para poder rescatar el pedido de la aduana. Como jefa de laboratorio tengo que firmar cada cosa que compran los alumnos del laboratorio, esto es un problema porque no te puedes concentrar en tu ciencia para resolver cuestiones administrativas.